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Según el más reciente informe del Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo, publicado en 2023 por la agencia de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura, en la actualidad 735 millones de personas padecen hambre en el planeta, 122 millones más en comparación con las registradas en 2019. En esta población con inseguridad alimentaria, hay al menos 148 millones de niños y niñas con malnutrición, quienes presentan retrasos en su crecimiento y emaciación (delgadez extrema) y, en algunos casos, obesidad.
En coherencia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la Fundación Valle del Lili ha implementado el programa Alimentando Esperanzas, enfocado en mitigar la inseguridad alimentaria de sus pacientes pediátricos más complejos, niños y niñas con diagnósticos de cáncer, que recibieron trasplantes de órganos sólidos, o están en recuperación de una cirugía cardiovascular.
Desde que inició Alimentando Esperanzas, en enero de 2022, bajo la coordinación de la Unidad de Responsabilidad Social de la Fundación Valle del Lili, ha venido reconociendo los casos de menores que necesitan apoyo nutricional, por lo que desde el programa se detecta los niveles de inseguridad alimentaria en sus familias y monitorean los estados nutricionales desfavorables que pueden afectar su adecuada respuesta a los tratamientos médicos. Al mismo tiempo, el programa forma a las familias en buenas prácticas de nutrición, enseñándoles cómo llevar una dieta saludable en sus hogares, incluso cuando se cuenta con un presupuesto limitado.
Hasta la fecha se ha detectado que el 36% de las familias de los pacientes pediátricos de alta complejidad, atendidos en la institución, sufren de inseguridad alimentaria severa o moderada. Esta situación social negativa los pone en desventaja frente a otros pacientes que tienen la misma enfermedad, pero cuentan con alimentos nutritivos y suficientes en casa. El programa busca que todos los pacientes tengan las mismas oportunidades de recuperación, partiendo de la convicción de que una alimentación y nutrición adecuada son un aspecto clave para lograrlo.
Como explica la Dra. Diana Marcela Montoya Villa, gastropediatra y líder médica del programa, “los menores con enfermedades de alta complejidad tienen mayores requerimientos nutricionales que los niños sanos, generando retos importantes, porque el resultado de sus intervenciones y el desenlace de su enfermedad estará ligado a su estado nutricional previo y durante la intervención a realizar, sea una cirugía o quimioterapia. Un mejor estado nutricional ayuda a disminuir las complicaciones infecciosas, reingresos por urgencias y tiempos de recuperación”.
Las familias de pacientes pediátricos de alta complejidad que ingresan a la Fundación Valle del Lili pasan por una evaluación, en la que se mide el nivel de inseguridad alimentaria con la Escala Latinoamericana y Caribeña de Seguridad Alimentaria (ELCSA). Entre el 2022 y el 2023 se evaluaron 700 familias de las cuales se identificó que el 36,51% tienen inseguridad alimentaria en niveles severos y moderados.
“La inseguridad alimentaria no es una condición del paciente, sino de las familias. El nivel moderado se refiere a familias que tienen la preocupación constante de que llegará el fin de mes y no podrán garantizar las 3 comidas diarias para todos los miembros del hogar. El nivel severo son familias que a lo largo del mes suprimen comidas y pasan hambre”, explica Ángela María Gómez Casas, trabajadora social líder del programa Alimentando Esperanzas, de la Fundación Valle del Lili.
Los pacientes que viven estas circunstancias son ingresados al programa y reciben una valoración gastropediátrica inicial para determinar su estado nutricional y el momento actual del tratamiento.
La inseguridad alimentaria recae también en la falta de educación nutricional. Por esta razón, las familias que entran al programa Alimentando Esperanzas reciben una formación particular en buenas prácticas de alimentación.
“La mayoría de las familias necesitan fortalecer sus conocimientos sobre qué significa nutrirse bien. Hemos evidenciado que una familia con presupuesto limitado, pero bien informada, puede administrar y tomar mejores decisiones alimentarias en el hogar que garanticen una buena nutrición para todos”, asegura el Dr. Juan Manuel Marroquín Donato, nutricionista clínico del programa Alimentando Esperanzas.
Entre las estrategias educativas diseñadas para las familias, se encuentra un curso de 16 videos, en el que la Dra. Lili, un personaje animado, enseña cómo alimentarse adecuadamente.
Una de las principales estrategias para mitigar la inseguridad alimentaria consiste en entregar mensualmente mercados nutritivos a las familias de los pacientes. El contenido de estas ayudas alimentarias fue diseñado por un profesional en nutrición clínica para garantizar que cubra al menos el 70% de las necesidades nutricionales mensuales del paciente. Su tamaño se ajusta dependiendo del número de integrantes de cada familia.
“Nosotros recibimos pacientes de todo el país y por eso entregamos las ayudas a través de una empresa de distribución logística y de mensajería nacional. Las familias se comprometen a complementar el mercado con otros alimentos nutritivos como frutas y verduras para garantizar una buena nutrición en el paciente y en el resto de la familia”, asegura Ángela María Gómez.
Alimentando Esperanzas ha enviado mercados a cientos de familias en al menos 20 departamentos de Colombia.
El compromiso del programa no se reduce solo a entregar ayudas alimentarias. De hecho, Alimentando Esperanzas cuenta con una médica gastropediatra, una trabajadora social y un nutricionista clínico de forma permanente, quienes hacen un seguimiento a cada menor.
Desde que ingresan al programa, “cada 4 meses se realiza la valoración médica de seguimiento, y cada 3 meses se aplica nuevamente la escala ELCSA, para conocer si la inseguridad alimentaria ha disminuido”. En algunos casos, cuando los menores requieren apoyo para transporte, con medicamentos o suplementos nutricionales más específicos, el programa gestiona para que lo reciban.
“Los niños salen del programa cuando terminan su tratamiento y tienen un buen estado nutricional. No obstante, si terminan y aún tienen deficiencias nutricionales que podamos ayudar a combatir, no los abandonamos. Hacemos un acuerdo con la familia y establecemos pautas adicionales de cuidado hasta que el paciente muestre mejoría en un tiempo determinado”, observa Luisa Fernanda González Cabal, coordinadora de la Unidad de Responsabilidad Social.
Otra estrategia de gran impacto desarrollada por Alimentando Esperanzas está enfocada en mejorar el acceso al agua potable, debido a que muchos de los niños con inseguridad alimentaria viven en hogares sin este recurso, una carencia que influye drásticamente en la calidad de la alimentación.
“Los pacientes pediátricos que enfrentan un tratamiento oncológico o un trasplante tienen su sistema inmunológico muy débil. Por esa razón, si consumen agua contaminada pueden enfermarse gravemente. Si el agua sucia enferma a un ser humano sano, en nuestros pacientes puede poner en riesgo su vida”, sostiene González Cabal.
Para evitarlo, establecieron una alianza con Sanofi, a través de la cual adquirieron 200 filtros de arcilla microporosa para la potabilización del agua proveniente de cualquier fuente sin necesidad de corriente eléctrica y con un mantenimiento muy sencillo. El carbón activado y la plata coloidal de los filtros permiten la eliminación de microorganismos, bacterias y metales, con altos porcentajes de efectividad. Estos dispositivos serán entregados a las familias en el mes de diciembre.
Una de las pruebas contundentes de cómo el programa Alimentando Esperanzas impacta en la calidad de vida de los pacientes, es el estudio realizado por el Centro de Investigaciones Clínicas de la Fundación Valle del Lili, donde evidenciaron que los niños y niñas del programa redujeron sus niveles de inseguridad alimentaria de manera significativa.
Se analizaron 111 pacientes pediátricos cuyo seguimiento fue más prolongado, encontrando que la proporción de inseguridad alimentaria severa, en estos casos, descendió de 34.4% en la primera medición a 19.4% en la segunda, realizada entre 8 y 14 meses después.
Para la coordinadora de la Unidad de Responsabilidad Social, “las pruebas estadísticas del estudio nos demuestran que la disminución en los niveles de inseguridad alimentaria que se evidenciaron en los pacientes más antiguos se debe al programa y no al azar. Esto nos motiva a continuar acompañando a las familias desde las diferentes estrategias que tiene el programa”.
Fuente: El País Cali